Hace algunas semanas Donald Trump anunciaba por un twit que “las guerras comerciales son buenas, y además se ganan¨.
Nada más lejos de la realidad, y aquellos que todavía recordamos el contencioso de la guerra de las hormonas entre Estados Unidos y la Unión Europea a cuenta del vacuno estaremos de acuerdo en que al final solo se consigue tensionar los mercados, hacer daño comercial a sectores económicos que nada tiene que ver con el problema y limitar la libre elección del consumidor, o hacerla más cara.
Pero esta vez la situación es diferente y viene rodeada de condicionantes que merecen un análisis y que nos pueden ayudar a entender el complejo entorno político global en el que nos movemos, y aunque la economía vaya bien, recordar que el riesgo del entorno tiene su influencia - y cada vez mayor-.
El Presidente de los Estados Unidos anuncia, por motivos de seguridad nacional, la imposición de aranceles del 25 y el 10% al acero y al aluminio importado. La foto es perfecta: en el despacho oval, rodeado de trabajadores del metal, y con una sonrisa desafiante recordando aquello de “America first” (primero América).
La respuesta de sus socios no se hace esperar: Canada, Méjico, Europa, China,..todos la rechazan categóricamente como contraria a las normas de la Organización Mundial del Comercio, y anuncian medidas compensatorias si finamente se aplican los aranceles disuasorios por un importe de 2,8 mil millones de €, el daño en que Bruselas calcula el efecto de la medida.
Con el paso de los días Trump empieza a modular su mensaje - se entiende que una vez ha calado el efecto patriótico en casa -, y suspende la decisión para Canadá y Méjico, sus socios del acuerdo de libre comercio NAFTA, pero con un mensaje claro: todo es a expensas de que acepten las exigencias de Norteamérica en la renegociación en curso del acuerdo.
La Unión Europea por su parte, y desde el inicio, mantiene una postura firme: la decisión de Trump es contraria a las normas internacionales y prepara una lista de productos importados de USA a los que imponer un arancel compensatorio si finalmente se gravan nuestro acero y aluminio en ese mercado.
Estados Unidos da signos de revisar su posición y anuncia que postpone la decisión hasta Mayo, en función de cómo se comporten sus socios europeos y de su compromiso (léase aumento de recursos) en la OTAN.
El último episodio es el que pone a China el primero (¿y único?) en la lista, un país fuertemente criticado como ventajista del comercio internacional por la Administración Trump y el verdadero problema de fondo de sobrecapacidad de acero que existe en el mundo.
Bueno, así las cosas, es difícil saber si el movimiento del Presidente de los Estados Unidos ha sido de gran finura estratégica o por el contrario fruto de la pasión con que hace las cosas. El tiempo nos dirá.
Pero si algo está quedando claro de este episodio es que difícilmente nadie ha de salir ganador . Primero porque es un golpe a la Organización Mundial del Comercio, a la que además Estados Unidos tiene bloqueada al frenar la renovación de los miembros de su sistema de arbitraje de litigios en el comercio internacional.
Segundo, porque como ha dicho el propio Presidente Juncker al comentar la lista de retorsión a las importaciones americanas, “nosotros también sabemos hacer tonterías”; entre los productos norteamericanos que verían incrementado su arancel a la importación en la UE están las motos Harley Davidson ( circunscripción electoral del Presidente del Senado), o el Bourbon de Kentucky ( circunscripción del líder republicano en el Senado). La Unión ha rechazado la exención temporal que ha anunciado la Administración Trump, y no está dispuesta a entrar en el chantaje.
Tercero, porque teniendo en cuenta que los Estados Unidos importan alrededor de un tercio del acero y el aluminio que consumen, es difícil defender que su medida sea clave para la seguridad nacional. Es más, según estimaciones de la consultora TradePartnership, la medida podría suponer la creación de 33.000 nuevos empleos en la industria del metal norteamericana, pero el efecto inducido sobre el resto de sectores afectados se evalúa en una pérdida de 179.000.
En fin, porque la escalada de tensión puede tener segunda y tercera derivadas entrando en una guerra comercial de proporciones difíciles de aventurar; por el momento China ya ha anunciado retorsiones al sorgo y la soja norteamericanas, y Trump ha amenazado a los automóviles alemanes.
Es difícil que nadie pueda salir ganando de toda esta tensión comercial, con un fuerte trasfondo político. Tampoco viene en buen momento, precisamente cuando dejamos atrás la crisis y el comercio mundial se recuperaba con previsiones de crecimiento en 2018 de hasta 4 puntos.
Los mercados, como dijo Helmut Kohl, “son como los paracaídas: solo funcionan cuando están abiertos”. Que todo quede en anécdota.